Después de su intensa noche en la discoteca, Sonia y Jorge no pudieron resistir la conexión explosiva que habían descubierto. A la mañana siguiente decidieron alargar el fin de semana y, sin planearlo demasiado, condujeron hasta una playa apartada, buscando un rincón donde el mundo pudiera olvidarlos y ellos pudieran perderse el uno en el otro.
Ya era medio día y tras picar un poco en un chiringuito cercano a la playa se dirigieron a disfrutar de la brisa del mar y por supuesto de la compañía. La tarde era cálida, el sol acariciaba sus pieles y la brisa marina traía consigo una sensación de libertad absoluta. Caminaron descalzos por la arena, con las risas aún frescas en los labios y una electricidad latente en cada roce casual. Sonia, con un vestido ligero que ondeaba con el viento, era la imagen misma de la tentación, y Jorge no podía apartar los ojos de ella.
Finalmente, encontraron un lugar junto a unas dunas. No estaban completamente solos; unas cuantas familias y parejas se relajaban más lejos, pero la amplitud de la playa les daba una falsa sensación de intimidad. Sonia se sentó en la arena y empezó a jugar con las olas, dejando que el agua mojara sus piernas mientras Jorge se quedaba de pie, mirándola con una sonrisa.
El minúsculo tanga de Sonia dejaba ver perfectamente el secreto que escondía la pequeña tela: un coñito perfectamente depilado y que se podía apreciar gracias a que el tanga se calaba entre sus labios, cosa que Sonia no intentaba evitar. Sus pechos desnudos daban a entender el momento de calentura que tenía y Jorge lo sabía perfectamente, esa tarde algo pasaría.
El sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. La temperatura bajaba, pero la tensión entre ellos seguía subiendo. Sin decir una palabra, Sonia se levantó y se acercó a Jorge, dejando que sus manos recorrieran su torso desnudo. Él respondió rodeándola por la cintura, y poco a poco los besos se intensificaron. Sus manos apretaron el culo desnudo de Sonia mientras una erección comenzaba a crecer, lo que no pasó desapercibido para ella que ronroneó como una gatita en celo.
Pero entonces, un ruido cercano, el murmullo de unas voces, los hizo detenerse. Se miraron con complicidad y, sin necesidad de hablar, supieron lo que harían. Tomados de la mano, caminaron hacia una zona más apartada, tras unas rocas que les ofrecían un refugio discreto. Allí, lejos de las miradas curiosas, se dejaron llevar.
Sonia desató su tanga y lo dejó caer mientras Jorge la miraba estupefacto por la rapidez de la situación y por lo inesperada, no pensaba ni por lo más remoto que se quedase desnuda en público, aunque apartados, pero su instinto animal pudo sobre la cordura y corrió a saborear los flujos que emanaban de su conejito hasta que la escuchó gemir advirtiendo de la llegada de su orgasmo imparable y que derramó sobre la boca de Jorge.
Era el turno de Sonia y tumbó directamente a Jorge sobre la arena fría que contrastaba con el calor de sus cuerpos y comenzó una mamada sobre la poya y apretando fuertemente los huevos de Jorge como queriendo exprimirlos. El líquido preseminal anunciaba la cercanía de la eyaculación de Jorge pero Sonia quería más su coñito pedía más y rápidamente se sentó sobre Jorge clavándose su pene hasta lo más profundo de su ser gimiendo de tal forma que seguro que en la playa alguien la habría oído.
La calentura de ambos casi no les dejaba ni respirar, sus gemidos se ahogaban entre sus besos y la cabalgada de Sonia hacía predecir que el orgasmo estaba a punto de llegar, pero Jorge se adelantó y quiso salirse de Sonia pero se lo impidió, y susurrándole al oído le dijo: “quiero tu semen dentro de mi, quiero ir por la playa sabiendo que poco a poco va a ir saliendo de mi, quiero sentirme una golfa” lo que le sirvió a Jorge para correrse de forma descontrolada dentro de Sonia, la cual al sentir el cálido esperma en su interior tuvo un segundo orgasmo que no tenía fin.
Cuando todo terminó, quedaron tumbados sobre la arena, respirando entrecortadamente y mirándose con sonrisas satisfechas. Jorge se incorporó primero y, al hacerlo, notó algo que le hizo fruncir el ceño: a unos metros, entre unas rocas, una pareja los observaba. El hombre y la mujer sonrieron al ser descubiertos, lejos de parecer avergonzados. Incluso levantaron una mano a modo de saludo antes de desaparecer tras las dunas.
Sonia, al darse cuenta, soltó una risa nerviosa pero divertida mientras se colocaba el tanga:
—Creo que les hemos alegrado la tarde —bromeó, mirando a Jorge con esa chispa traviesa que tanto le gustaba.
—O quizá hemos empezado una nueva moda en esta playa —respondió él, riendo mientras la atraía hacia sí.
En un ataque de locura llevado por la excitación le propuso a Sonia presentarse a la pareja voyeur….
Pero eso en el próximo relato.