El sol brillaba en lo alto del cielo cuando Ana y yo llegamos a la playa. Decidimos escapar del ajetreo y el bullicio de la ciudad para disfrutar de un día tranquilo en la costa sur de España. Mientras montábamos nuestra sombrilla y extendíamos nuestras toallas en la arena, sentía una emoción palpable en el aire. Ana lucía radiante, con su traje de baño resaltando sus curvas bajo el sol.
Mientras nos acomodábamos, noté que Ana seguía mirando a un hombre que caminaba por la orilla. Era alto, con una figura esbelta y un aire de confianza que lo hacía destacar entre la multitud. Se presentó como Pedro, y no pude evitar notar la chispa en los ojos de Ana cuando lo conoció.
A medida que pasaba el día, Pedro se unió a nosotros en la playa. Pronto estábamos charlando animadamente, compartiendo risas y anécdotas mientras el sol pintaba el cielo con tonos dorados y rosados. Ana y Pedro parecían tener una conexión instantánea, y yo me encontraba disfrutando de su compañía tanto como ellos.
Sin embargo, a medida que avanzaba el día, empecé a notar una tensión creciente entre Ana y Pedro. Sus miradas furtivas y sonrisas cómplices no pasaron desapercibidas para mí. Intenté ignorar los celos que empezaban a brotar en mi interior, pero no pude evitar sentirme incómodo ante la creciente atracción entre mi esposa y este hombre que acabábamos de conocer.
Cuando sugerí que fuéramos a nadar para refrescarnos, Ana y Pedro se miraron el uno al otro con una complicidad que no pasó desapercibida para mí. Traté de ignorar la sensación de incomodidad que me invadía mientras nos dirigíamos hacia el agua, pero no pude evitar preguntarme qué pasaría entre ellos cuando estuviéramos fuera de la vista de los demás.
Mientras nadábamos en el mar, observé cómo Ana y Pedro se sumergían en una conversación animada, riendo y jugando como si fueran los únicos dos en el mundo. Aunque intenté unirme a su alegría, no pude evitar sentirme excluido, como si fuera un extraño en mi propio matrimonio.
A medida que el sol se ponía en el horizonte, Ana y Pedro se alejaron juntos, dejándome solo en la playa. Sentí un nudo en el estómago mientras los observaba desaparecer en la oscuridad, preguntándome qué pasaría ahora que estábamos solos.
Cuando Ana regresó más tarde esa noche, su mirada era diferente, cargada de emoción y pasión. Intenté ignorar mis inseguridades mientras nos abrazábamos bajo las estrellas, pero no pude evitar preguntarme qué significaba todo esto para nuestro matrimonio. A medida que nos acercábamos al hotel, me encontré preguntándome si alguna vez volveríamos a ser los mismos.