Carmen y yo habíamos decidido pasar la tarde en el centro comercial Saler de Valencia. A ella le encantaba comprar ropa y a mí me fascinaba verla probársela. Pero aquella tarde, sin que yo lo supiera, Carmen tenía un plan para hacer nuestras compras mucho más excitantes.

Después de recorrer varias tiendas, entramos en una de las marcas más conocidas. Ella tomó varias prendas y se dirigió a los probadores. Yo la seguí y me apoyé cerca, esperando el momento en que me llamara para dar mi opinión. Pero lo que no esperaba era ver cómo dejaba la cortina de su probador sin terminar de cerrar. Mi corazón empezó a latir más fuerte. Sabía exactamente lo que quería hacer.

Desde mi posición podía ver cómo Carmen se desabrochaba los botones de su blusa, revelando un sujetador de encaje negro que apenas contenía sus firmes pechos. Un escalofrío de excitación recorrió mi cuerpo. Pero lo más intenso vino cuando vi que no éramos los únicos que la observábamos.

A un par de metros, dos hombres y una mujer estaban atentos a la escena. Uno de los hombres, un tipo alto de unos cuarenta años, miraba sin disimulo, se giró al ver que le había descubierto y siguió atendiendo a su mujer que estaba en el probador aunque no creo que con la misma disposición que mi mujer. La mujer, una joven rubia de unos treinta, intentaba disimular, pero sus ojos iban una y otra vez a las curvas de Carmen, no se si por gusto o por rechazo por el descaro de mi mujer, pero no quitaba sus ojos de Carmen. Y el otro hombre, de mediana edad, se giró hacia mí con una sonrisa maliciosa.

—Tu mujer está increíble —dijo con voz ronca, sin apartar la mirada del probador.

Mi piel se erizó y una risa nerviosa salió de mis labios. Ver cómo Carmen seguía con su espectáculo, ignorando deliberadamente la presencia de aquellos tres desconocidos, me encendió como nunca. Se bajó la falda lentamente, dejándose ver en aquel conjunto de lencería exquisito que realzaba su figura. Sus pezones endurecidos se marcaban contra la tela del sujetador y su tanga minúsculo apenas cubría su sexo.

El hombre que había hablado tragó saliva, y por su expresión supe que estaba tan excitado como yo. Carmen, lejos de apresurarse, se giró sutilmente, dejando ver el perfil de su trasero antes de deslizar los tirantes de su sujetador por sus hombros y dejar que cayera al suelo. La mujer que observaba dejó escapar un leve suspiro, mientras que el otro hombre se removía incómodo, no quería perderse el espectáculo pero tampoco quería que su mujer le pillase, evidentemente afectado por lo que veía.

Cuando Carmen finalmente quedó completamente desnuda, miró de reojo hacia la cortina y sonrió. Sabía que la estaban mirando y lo disfrutaba. Yo sentía una mezcla de orgullo, deseo y excitación pura. No podía esperar más.

Cuando salimos de la tienda, con su nueva ropa en la bolsa y la adrenalina todavía corriendo por nuestras venas, la llevé directamente al parking. Nos alejamos hasta encontrar una zona solitaria y oscura. Sin perder tiempo, la empujé contra el coche y la besé con hambre, mis manos recorriendo cada centímetro de su piel caliente.

—¿Te ha gustado que te miraran? —susurré contra su oído.

—Mucho —respondió ella con una sonrisa traviesa.

No necesitábamos más palabras. En aquel rincón del parking, sin importar que alguien pudiera encontrarnos, me la follé, era fácil estaba empapada y sin ropa interior, lo que hizo que mi polla entrara fácilmente hasta el con fin de su coñito deseoso de ser follado. Carmen sufrió un subidón y me avisó que su flujo se estaba deslizando por sus muslos y que no sabía cuanto aguantaría antes de correrse, su cuerpo temblaba de placer mientras la penetraba con fuerza, sus gemidos resonando en el silencio del garaje mientras algún que otro coche pasaba a lo lejos, y yo, con la imagen de aquellos desconocidos aún grabada en mi mente, me dejé llevar por el placer más absoluto y me corrí en lo más profundo de su coñito entre gruñidos y gemidos de ambos.

Aquella tarde de compras había sido, sin duda, la más excitante de nuestras vidas.

 

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