Llevábamos casados 25 años y nuestra relación había sido siempre sólida, llena de amor y complicidad. Sin embargo, la curiosidad por explorar nuevas experiencias nos llevó a investigar sobre los locales de intercambio de parejas. Marisa y yo, después de muchas charlas y fantasías compartidas, decidimos dar el paso y visitar uno por primera vez. Somos Ernesto y Marisa, un matrimonio de 45 años de Madrid.

Era una cálida noche de verano cuando nos dirigimos al local. Yo, con algunos kilos de más pero siempre orgulloso de mi apariencia, había escogido una camisa oscura que me sentaba bien. Marisa, mi rubia voluptuosa, lucía un vestido ajustado que realzaba sus generosas curvas, sus pechos grandes y firmes, y sus piernas y glúteos tonificados por el gimnasio. Nos sentíamos emocionados y un poco nerviosos.

Al llegar, fuimos recibidos por una atmósfera elegante y sensual. Luces tenues y música suave envolvían el lugar, creando un ambiente propicio para la exploración y el placer. La relaciones públicas del local nos enseñó todos los espacios, la sala oscura, la zona de baile, las habitaciones privadas, el jacuzzi, la zona común, el pasillo francés… mi cabeza no paraba de imaginar y Marisa por su apretón de manos según íbamos viendo el ambiente estaba en la misma situación.

Nos fuimos a la barra a tomar una copa a la barra y a comentar lo que habíamos visto, parecíamos dos niños pequeños la excitación y los nervios nos hacían estar hiperanimados. Mientras nos tomábamos la copa veíamos como procedía la gente, todo muy respetuoso, eso sí unos más directos que otros.

Una situación que nos dio mucho morbo fue ver como dos parejas que estaban en la barra empezaba a hablar y se veía como flirteaban entre ellos, estaban ligándose delante de su pareja, morbazo total.

Sin acabar la copa nos fuimos a recorrer el local a nuestro aire. El primer salón que visitamos tenía un gran espejo en una de las paredes, permitiendo una vista completa desde cualquier ángulo. Varias parejas se encontraban repartidas en sofás y camas, algunas charlando, otras acariciándose con ternura, y algunas ya inmersas en juegos más íntimos. Marisa y yo intercambiamos una mirada cómplice y nos sentamos en un sofá desde donde podíamos observar todo.

Ella apoyó su cabeza en mi hombro, y juntos comenzamos a explorar con la mirada lo que sucedía a nuestro alrededor. Frente a nosotros, una pareja joven se besaba apasionadamente, sus cuerpos enredados en un baile sensual. La mujer, una morena de cabello largo, deslizó sus manos por el torso musculoso de su compañero, mientras él la acariciaba con devoción.

A nuestra izquierda, una escena distinta captó nuestra atención. Dos mujeres, una pelirroja y una morena de cabello corto, se besaban con una intensidad que parecía encender el aire a su alrededor. La pelirroja, con movimientos decididos, empezó a desabotonar la camisa de la morena, revelando lentamente su piel desnuda, y a su lado un chico que imaginamos sería la pareja de una de ellas o de las dos. Marisa se acomodó en el sofá, su respiración algo más rápida, y yo sentí un calor creciente en mi cuerpo.

“Esto es… increíble”, susurró Marisa, sus ojos brillando con una mezcla de excitación y asombro. Sus dedos jugaban distraídamente con los botones de mi camisa, mientras yo deslizaba mi mano por su muslo, disfrutando de la firmeza y suavidad de su piel.

Frente a nosotros, la pareja joven había avanzado en su intimidad. La morena se había arrodillado frente al hombre, sus labios recorriendo su abdomen antes de descender más abajo comenzando una mamada que tras apartar un momento su cabeza nos dejó ver una tranca grandísima. La visión de sus cuerpos unidos en un acto tan íntimo y natural y de la polla del chico hizo que Marisa soltara un suave gemido. Me giré hacia ella, y nuestros labios se encontraron en un beso cargado de deseo.

Mientras nos besábamos, seguimos observando las escenas a nuestro alrededor. A la derecha, dos hombres se acariciaban con ternura y pasión. Uno de ellos, con el torso desnudo y tatuado, besaba el cuello de su compañero, mientras sus manos exploraban su cuerpo con una mezcla de urgencia y delicadeza. La conexión entre ellos era palpable, y Marisa y yo nos dejamos llevar por la oleada de sensaciones que nos envolvía.

“Me encanta esto”, confesó Marisa contra mis labios, sus ojos aún fijos en las parejas que nos rodeaban. “Ver cómo disfrutan, cómo se entregan… es tan…”.

“Excitante”, terminé por ella, mi voz ronca de deseo. Mi mano subió hasta su pecho, acariciando su generosa curva a través del vestido. Marisa arqueó la espalda, presionándose contra mí, mientras su mano se deslizaba hasta mi entrepierna, notando mi excitación creciente.

La noche avanzó, y las escenas a nuestro alrededor se volvieron aún más intensas. En una esquina del salón, una pareja se había unido a otra, formando un cuarteto enredado en una danza de besos y caricias. Cada movimiento, cada gemido, cada susurro era un estímulo para nuestros sentidos, encendiendo una chispa que hacía años no sentíamos con tanta fuerza.

Marisa y yo no participamos directamente con otras personas esa noche, pero la experiencia de observar y compartir esos momentos de intimidad y deseo nos unió de una manera nueva. Nos permitió descubrir facetas de nosotros mismos y de nuestra relación que nunca habíamos explorado.

Y nos dejamos llevar, Marisa me cogió de la mano, fuimos a las taquillas y nos desnudamos, quedándonos con una toalla que poco nos duró puesta. Nos fuimos a la zona común, una cama corrida donde ya desnudos empecé a comerle su coñito a Marisa, los gemidos a nuestro alrededor hacía aumentar nuestra excitación.

De repente un gemido ahogado me hizo levantar la mirada, Marisa estaba recibiendo sus primeras caricias de una pareja que estaba a nuestro lado y yo me quise morir, ver como mi chica estaba siendo acariciada me excitó de sobre manera y empecé a penetrarla, no estaba dentro de nuestras ideas el estar con otras personas, pero lejos de rechazarlo los dejamos hacer, pero nuestra complicidad y ganas de disfrutar el momento en pareja hizo que nuestros amigos desconocidos siguiesen ellos solos al no tener interacción por nuestra parte.

La susurré al oído si le había gustado sentir las caricias de otras personas y un gemido profundo y un si largo anunció el orgasmo más intenso que le había visto a Marisa en todo el tiempo que llevábamos juntos, y a los pocos segundos estaba corriéndome sobre sus pechos con la misma intensidad que mi mujer.

Cuando finalmente salimos del local, la noche seguía siendo cálida, y el aire estaba cargado de promesas y nuevas posibilidades. Nos miramos, sabiendo que habíamos cruzado un umbral importante en nuestra relación, y que estábamos más unidos y enamorados que nunca.

“¿Te gustó?”, le pregunté mientras caminábamos hacia el coche, mi mano entrelazada con la suya.

“Me encantó”, respondió ella con una sonrisa pícara. “Y no puedo esperar para llegar a casa y repetir el polvo intentando recordar todo lo que hemos vivido hoy”.

Ese fue el comienzo de una nueva etapa en nuestra vida, llena de pasión, exploración y un amor renovado. Y cada vez que recordamos esa noche, sonreímos, sabiendo que, después de 25 años, aún teníamos mucho por descubrir el uno del otro y decidimos que sería probando a sumar a más personas a nuestra cama.

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