Nunca imaginé que a mis 46 años estaría descubriendo algo tan intenso y nuevo en mi vida. El divorcio me había dejado con tiempo libre, un cuerpo algo descuidado y una necesidad latente de volver a sentirme deseado. Me apunté al gimnasio con la excusa de ponerme en forma, pero con el tiempo, me di cuenta de que lo que realmente me hacía volver cada día era él: Daniel.

Daniel era unos años menor que yo, quizás 38 o 40, de cuerpo trabajado, piel morena y una sonrisa que derretía hasta las pesas. Lo veía cada tarde, siempre con la misma seguridad en sus movimientos, su torso firme brillando con el sudor del esfuerzo, su actitud relajada y amigable. Durante semanas, nuestros intercambios fueron simples saludos, miradas furtivas en los vestuarios, un “¿cómo va?” al cruzarnos en la ducha. Pero con el tiempo, esas miradas se volvieron más intensas, cargadas de algo más.

Me descubrí observándolo más de la cuenta. Cuando se quitaba la camiseta para cambiarse, mis ojos recorrían sus músculos, su pecho firme, la línea de su abdomen que descendía hasta perderse en la toalla que sujetaba con descuido. En las duchas, cuando el agua resbalaba por su piel, el deseo comenzó a despertarse en mí de una manera que nunca antes había experimentado. Al principio me resistí, diciéndome que era simple admiración, que era normal notar la belleza masculina. Pero pronto me di cuenta de que no era solo eso: me excitaba verlo.

Decidí dar un paso. Aprovechando una conversación casual en la salida del gimnasio, le propuse tomar algo juntos. Su respuesta fue inmediata: “Me encantaría”. Fuimos a un bar cercano, un muy concurrido y con buena música. Pedimos unas cervezas y la charla fluyó con naturalidad. Descubrí que Daniel era tan simpático como atractivo, y cuando nuestras miradas se encontraron por más de lo que sería normal entre dos amigos, supe que él también lo sentía.

Después de unas rondas, él fue directo al punto: “Me gustas, Juan.” Mi corazón latió con fuerza. No había vuelta atrás. Me acerqué, sintiendo el calor de su cuerpo junto al mío. Su mano se posó en mi pierna, firme pero tranquila. La anticipación hizo que mi piel se erizara. Nos besamos ahí mismo, un beso duro y cargado de deseo. Le avisé que era mi primera vez con un hombre y con una sonrisa en sus labios me dijo que se lo imaginaba.

Fuimos a su apartamento, sin prisa pero sin dudas. Al cerrar la puerta, me atrajo hacia él, sus labios encontraron los míos con más intensidad esta vez. Sentí sus manos recorrer mi cuerpo, acariciando mi pecho, mi abdomen, bajando hasta desabrochar mi pantalón. Mi erección crecía con cada roce, con cada contacto de su piel con la mía.

Me llevó a su habitación, la luz tenue resaltaba cada sombra en su cuerpo desnudo. Me desnudé sin vergüenza, por primera vez en años sintiéndome completamente deseado. Sus labios bajaron por mi cuello, su lengua recorrió mi cuerpo y descendió con lentitud, torturándome con cada segundo de anticipación. Su boca me envolvió la poya y un gemido escapó de mis labios. No se si el morbo o que llevaba mucho tiempo sin tener relaciones sexuales me hizo sentirme que iba a explotar. Sabía como hacer una buena mamada y casi hace que me corra en segundos.

Me dijo que era mi turno y por primera vez me comí una poya, la ansiedad hizo que casi le hiciera daño por lo que me empezó a guiar, Daniel está muy bien servido y casi no me cabía en la boca, más adelante descubrí que las había más gordas y largas, y empecé una mamada profunda mientras que con mi mano cuando salía de mi boca le masturbaba, una vez que la tenía empapada y mi saliva caía por mi barbilla Daniel pidió cambio de posición, pensé que me iba a romper mi culo virgen, pero no fue así.

Volví a meter mi poya en su boca y mientras Daniel se untó un poco de lubricante en su ano que se notaba ya dilatado y me dijo: primero me follas tu y luego ya veremos si hoy te estreno tu culito. Fue increíble ver mi nabo entrar en su culo, entre el preservativo y el lubricante fue fácil no hacerle daño pero su presión hizo que tuviese que ir despacio para no correrme inmediatamente.

Lo que más morbo me dio fue notar su polla durísima y masturbarle mientras le follaba, sus gemidos y su culo apretado contra mí hizo que me corriera como hacía siglos que no lo conseguía, salí con cuidado y el morbo hizo que le pidiera que se corriese sobre mi cara algo que le volvió loco a Daniel y casi sin darme tiempo a acabar la frase empecé a notar su semen sobre mi cara y ahí me di cuenta que mi rabo seguía duro, nunca me había pasado era todo tan nuevo pero tan natural que no sabía como reaccionar.

Quedamos tendidos en la cama, sudorosos, satisfechos. Él me miró con una sonrisa, y yo supe que mi vida había cambiado para siempre. No solo había probado algo nuevo, había descubierto una parte de mí que llevaba demasiado tiempo oculta.

Daniel me preguntó si quería probar el sexo anal y por supuesto le dije que sí… pero eso lo dejo para el siguiente relato, si os ha gustado escribiré la segunda parte.

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