Ahora, soy yo la que cuenta esta historia. Porque lo que pasó después fue un punto de no retorno. No sabía que me esperaba otra sorpresa, algo más grande. Literalmente.
Unos minutos después, David sacó una segunda caja, solo él, con esa sonrisa de cabrón que me hacía perder la razón había conseguido que me volviese a mojar. Me senté en la cama y la abrí sin decir nada. Cuando vi lo que había dentro, sentí que me hervía la cara.
“¿Y esto?”, pregunté, aunque sabía perfectamente lo que era.
Era un consolador, pero no uno cualquiera. Este era grande, grueso, con un tacto suave y realista. Lo sostuve entre mis manos y noté el peso, la textura, la forma… era intimidante y a la vez excitante.
David se sentó a mi lado y me miró fijamente. “Quiero verte usarlo”, dijo con voz ronca.
Mi cuerpo se estremeció al escucharlo. Me mordí el labio, sintiendo cómo mi entrepierna se calentaba solo con la idea. Nunca había usado algo así, pero en ese momento, lo deseé con una intensidad desconocida.
Me tumbé en la cama, dejándome llevar, David bajó hasta mi húmedo conejito y comenzó a jugar con mi clítoris. Deslicé mis dedos entre mis piernas, sintiendo cómo ya estaba empapada. David me observaba, y su mirada era pura lujuria.
Tomé el juguete y, poco a poco, lo acerqué a mi sexo. La primera sensación fue un escalofrío recorriéndome la columna. Lo deslicé por mi humedad, acariciándome con la punta, probándolo, jugando con la anticipación, era grandísimo, una reproducción de una polla negra como nunca la había visto, me daba miedo su tamaño y grosor y decidí ir con calma introduciéndolo poco a poco sintiendo una sensación de llenado que nunca había tenido y cuando miré a David, verle super excitado y masturbándose mientras me observaba hizo que lo introdujese de un tiró, mi cuerpo entero se arqueó. Estaba llena y me sentía empoderada mirando a David que jadeó a mi lado, con los ojos clavados en cada movimiento de mis caderas. Yo misma no podía creer lo bien que se sentía.
David me abría las piernas observando detenidamente como entraba y salía una polla negra de mi coñito y lo que me dijo David me hizo explotar: “Te imaginas que fuese la polla de un negrito?” me dejé llevar por el placer, explorando mi propio cuerpo de una manera que nunca antes había hecho. Y cuando llegué al clímax, fue uno de los orgasmos más intensos que había tenido en mi vida. Múltiples, seguidos, explosivos. David no se contuvo y, en cuanto me recuperé, me tomó con fuerza, devorándome con ganas renovadas y me dijo otra frase que me volvió a encender “quiero ver como el negrito te ha abierto tu coñito mi putita”.
Esa noche entendí que mi placer no tenía límites. Que mi cuerpo podía ir mucho más allá. Y que con David, estaba dispuesta a explorar cada rincón de mi deseo. Porque él no solo era mi marido, era mi cómplice en todo esto.
Y aún quedaban muchas noches por delante para seguir descubriendo.