Me llamo Eva, tengo 56 años, un cuerpo normal para mi edad, con algunas curvas que aún saben atraer miradas y una piel que sigue manteniendo su firmeza con el paso de los años. Mi cabello es castaño con reflejos dorados, y mis ojos marrones han aprendido a jugar con la insinuación cuando la situación lo requiere. Estoy casada desde hace tres décadas con un hombre maravilloso, estable y predecible. Pero hoy, en medio de la rutina que llevo sobre mis hombros, he decidido saltarme las reglas.

Llevo semanas fantaseando con la idea de hacer algo diferente, de explorar mis deseos más ocultos sin que mi marido lo sepa. Me he registrado en un grupo exclusivo de encuentros y, después de varios intercambios de mensajes, hoy es el día en que me uniré a un encuentro en Zouk, un local discreto en Madrid. Todo está organizado para que ocurra en horario laboral, asegurando que no levantaré sospechas.

Llego al lugar con un cosquilleo en el estómago y la entrepierna húmeda de la excitación. Me reciben en una sala privada con luces cálidas y sofás amplios. Allí están los otros participantes: tres hombres y cuatro mujeres. Me tomo un momento para observarlos, memorizando cada detalle.

Los hombres son diversos en apariencia, cada uno con un atractivo particular. Javier, de unos cuarenta y tantos, tiene el cabello entrecano, un cuerpo fibroso y una seguridad que rezuma en cada movimiento. Rubén, algo más joven, tiene el torso ancho, brazos fuertes y una barba de varios días que le da un aire rudo. Por último, Daniel, el más alto del grupo, con piel oscura y una sonrisa pícara que no deja de dirigirme miradas intensas.

Las mujeres son tan variadas como los hombres. Clara, rubia de piernas largas y figura de modelo; Silvia, morena de piel tostada con unos pechos turgentes que resaltan en su ajustado vestido; Noemí, de cabello corto y un aire desafiante, con curvas generosas que invitan a ser exploradas. Y Laura, de apariencia más dulce, pero con una chispa de travesura en los ojos.

La tensión en el ambiente es electrizante. Poco a poco, nos vamos acercando, comenzando con roces sutiles y caricias que despiertan el deseo. Mi cuerpo responde al instante, sintiendo el calor subir por mi piel. Javier se acerca a mí por la espalda, sus labios rozan mi cuello mientras sus manos exploran mi cintura.

Al mismo tiempo, las otras mujeres y hombres se envuelven en un torbellino de besos y caricias. Silvia y Rubén se despojan de la ropa rápidamente, sus cuerpos entrelazados sobre el sofá, mientras que Noemí y Daniel comienzan un juego lento y provocador en un rincón. Laura se acerca a mí, deslizando sus manos sobre mis pechos, acariciándolos a través de la tela de mi blusa. Sus labios encuentran los míos, y el beso es húmedo, cargado de deseo.

La ropa desaparece en cuestión de minutos. Mi piel se eriza al sentir las manos de varios sobre mí, recorriendo cada curva, explorando cada rincón. Me entrego a la sensación, disfrutando de la calidez de los cuerpos ajenos, de la intensidad del momento.

Un escalofrío recorrió mi piel cuando las manos de Andrés se deslizaron por mi cintura, atrayéndome con suavidad pero con firmeza hacia su cuerpo. Mi respiración se volvió errática mientras sus labios trazaban un camino ardiente por mi cuello, encendiendo cada célula de mi ser.

El ambiente estaba cargado de deseo. Nuestros cuerpos se fundían en un vaivén de caricias, explorándonos con la avidez de quienes habían anhelado este momento desde hacía demasiado tiempo. Cerré los ojos, dejándome llevar por el placer de sentir sus manos recorriendo cada curva de mi cuerpo.

Sus dedos se deslizaron con destreza bajo la tela ligera de mi vestido, deslizándolo lentamente hasta dejarme expuesta ante su mirada hambrienta. Mis pezones se erizaron al contacto del aire fresco y la intensidad de mi deseo se reflejó en la humedad que comenzaba a acumularse entre mis piernas. Andrés no tardó en darse cuenta de ello y su sonrisa se tornó lasciva.

Gimió suavemente cuando me levantó en brazos, llevándome hacia la cama con una facilidad que me hizo sentir pequeña y vulnerable. Pero no había miedo en mí, solo ansias. Mi piel ardía bajo el contacto de sus labios, que bajaban con lentitud por mi abdomen, dejando un rastro de besos y mordiscos ligeros.

Cuando finalmente sus labios se encontraron con mi centro, arqueé la espalda con un gemido profundo. Su lengua se movía con precisión, jugando con la sensibilidad de mi clítoris, alternando entre lamidas suaves y succiones intensas que me hacían retorcerme de placer.

Mis dedos se aferraron a su cabello, guiándolo instintivamente, mientras mi respiración se tornaba cada vez más errática. Un nudo de placer se formó en mi vientre y, cuando introdujo dos dedos dentro de mí, moviéndolos con maestría, supe que estaba perdida.

Con un último gemido desgarrador, mi cuerpo se tensó antes de desmoronarse en una oleada de placer absoluto. Mi pecho subía y bajaba con fuerza mientras intentaba recuperar el aliento, pero Andrés no me dio tregua. Se deslizó por mi cuerpo hasta posicionarse sobre mí, mirándome con intensidad antes de hundirse lentamente en mi interior.

El ritmo inicial fue lento, tortuoso, cada embestida aumentando el deseo hasta un punto insoportable. Me aferré a su espalda, arañándolo en un intento desesperado por acercarlo aún más. Nuestros cuerpos se movían al unísono, perdiéndonos en el frenesí del placer.

Conforme el clímax se acercaba, mis gemidos y los suyos se intensificaron, nuestros cuerpos brillaban de sudor y la habitación estaba impregnada del sonido de nuestro encuentro. Cuando finalmente alcanzamos el orgasmo juntos, sentí que el tiempo se detenía por un instante, una conexión inquebrantable sellada entre jadeos y miradas cargadas de satisfacción.

Quedé tendida junto a Andrés, con la piel aún ardiendo y una sonrisa satisfecha en mis labios. “Esto… ha sido… increíble”, murmuré con la voz entrecortada.

Andrés sonrió, acariciando suavemente mi mejilla. “Y apenas estamos empezando”.

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