Volvimos a la playa nudista al día siguiente, con la sensación de que algo más podía suceder. Carlos parecía menos tenso, aunque aún conservaba ese aire de cautela, pero yo estaba ansiosa por repetir la experiencia. El sol brillaba con fuerza y la brisa marina era un recordatorio sensual de la libertad que sentí el día anterior.
Cuando nos instalamos en la arena, no tardamos en notar que no estábamos solos. A unos metros, Ramón y Carmen, la pareja que nos había observado la última vez, nos sonreían con complicidad. No tardé en acercarme a ellos con la excusa de un simple saludo.
—Me alegra verlos de nuevo —dije, sentándome en la arena junto a Carmen, mi piel desnuda rozando la suya.
—Lo mismo digo —respondió ella con una sonrisa sugerente. Ramón asintió con aire relajado, sus ojos deslizándose por mi cuerpo sin disimulo. Carlos, todavía en nuestra toalla, observaba la escena con interés.
Poco a poco, la conversación tomó un rumbo más atrevido. Ramón y Carmen nos confesaron que eran pareja abierta y que, al igual que nosotros, disfrutaban del exhibicionismo. La revelación encendió algo en mí. La idea de ser observada, de compartir esa energía con otra pareja, hizo que mi cuerpo reaccionara de inmediato.
Sin dejar de mirar a Ramón y Carmen, deslicé mis dedos por mi muslo, recorriéndolo con lentitud. Noté cómo Carlos se removía en su sitio, observando mi juego sin intervenir todavía. Carmen sonrió al darse cuenta de lo que estaba pasando y, en un acto de complicidad, deslizó su mano sobre la pierna de Ramón.
—¿Os gusta la idea? —preguntó Ramón con una ceja en alto.
Carlos tragó saliva, aún sin responder, pero no apartó la mirada. Yo me limité a sonreír y a deslizar mis dedos un poco más arriba, sintiendo la cálida humedad entre mis muslos. Carmen hizo lo mismo, acercándose a su pareja con una sensualidad natural, disfrutando del momento.
La tensión crecía entre nosotros, la expectativa flotaba en el aire. ¿Cruzaríamos la línea aquella tarde en la playa? ¿O dejaríamos el deseo arder un poco más hasta encontrarnos en otro lugar, en otro momento?
Carlos finalmente se decidió. Me miró con esos ojos que solo tenía cuando estaba realmente excitado y me susurró:
—Déjate llevar.
Esas palabras fueron como un disparo de adrenalina en mi cuerpo. Me acerqué a Carmen sin dudar, nuestras pieles desnudas chocando con el calor del sol sobre nosotras. Nos besamos con hambre, con deseo contenido. Sentí sus manos recorrerme, explorándome, y yo hice lo mismo, saboreando su cuerpo con cada caricia.
Ramón y Carlos nos miraban, completamente excitados. Sus erecciones eran evidentes, sus respiraciones agitadas. Sabía que en apenas tres días había pasado de hacer topless a estar teniendo sexo con otra mujer delante de mi marido y eso solo me encendía más.
Las caricias se intensificaron, mis dedos se deslizaron entre las piernas de Carmen, sintiendo su humedad, su necesidad. Ella hizo lo mismo conmigo, arrancándome un gemido bajo la atenta mirada de los hombres. Carlos no parpadeaba, su mano inconscientemente se movía sobre su propio miembro mientras nos observaba. Ramón hacía lo mismo.
El deseo nos consumió hasta el punto de no poder más. La arena caliente bajo nuestro cuerpo solo aumentaba el placer, las olas rompiendo en la orilla parecían marcar el ritmo de nuestro encuentro.
Cuando todo terminó, nos quedamos tendidos sobre la arena, respirando entrecortadamente. Ramón fue el primero en hablar.
—Esta noche deberíamos ir a un sitio especial. Un local de intercambio, para conocer el ambiente.
Carlos me miró y supe que la decisión era mía. Sonreí y asentí.
—Vamos a descubrir hasta dónde podemos llegar.
La noche prometía ser aún más intensa.