La noche en el local de intercambio de parejas comenzó con una copa, pero no tardó en convertirse en algo mucho más intenso. El ambiente era eléctrico, la música suave pero sugerente, y la iluminación tenue creaba el espacio perfecto para lo que estábamos a punto de vivir.

Selena y Carmen se movían con naturalidad, sus cuerpos apenas cubiertos por la lencería que sabían que no duraría mucho tiempo. Ramón y yo nos mirábamos con una mezcla de complicidad y deseo, sabiendo que lo que sucedería esa noche sería un punto de no retorno.

Cuando finalmente nos deshicimos de la ropa, el morbo se apoderó de mí al ver a mi mujer completamente desnuda, sus pezones duros y su sexo húmedo, lista para jugar. Ella tomó la iniciativa, besando a Carmen con una intensidad que dejó claro lo mucho que lo deseaba. Ramón y yo observamos, excitados, mientras ellas exploraban cada rincón de sus cuerpos con manos y labios.

Las caricias se volvieron más atrevidas, más urgentes. Carmen se arrodilló entre las piernas de Selena y la besó ahí, su lengua recorriendo cada centímetro con devoción. Mi mujer gemía, su espalda arqueándose mientras se abandonaba al placer. Ramón se acercó por detrás y, sin dudarlo, se unió a la escena, penetrándola con firmeza mientras ella jadeaba entre los muslos de Carmen.

Yo no podía apartar la mirada, mi erección dolorosa por la excitación. Fue entonces cuando Selena me miró con una sonrisa traviesa y me susurró una propuesta que me dejó sin palabras. Me llevó de la mano hasta otra pareja, dos hombres de cuerpos atléticos que nos observaban con interés.

—Quiero verte probar algo nuevo, amor —me dijo, mordiendo su labio inferior con picardía.

No sabía si era el ambiente, la adrenalina o el deseo de complacerla, pero cuando las manos de uno de los hombres recorrieron mi cuerpo, no me aparté. Nos besamos con hambre, con curiosidad, mientras el otro se arrodillaba y tomaba mi erección en su boca con una habilidad que me hizo gemir. Sentí las manos de Selena en mi espalda, animándome, disfrutando de la escena que había provocado.

Después de perder la noción del tiempo entre cuerpos y susurros jadeantes, busqué a Selena y la encontré en la barra, sonriendo con dos chicos jóvenes que claramente estaban interesados en ella. Me acerqué y ella me miró con esa chispa en los ojos que ahora reconocía como puro deseo.

—Me gustan, pero quiero que tú me ayudes —susurró en mi oído.

Lo entendí de inmediato. La tomé de la mano y la llevé con ellos a uno de los rincones más oscuros del club. Allí, entre besos y caricias, los dos chicos comenzaron a devorarla con sus manos y bocas, su cuerpo temblando entre ellos. Yo la sostuve, la animé, susurrándole lo increíble que se veía siendo poseída por dos hombres al mismo tiempo.

Fue el clímax de la noche, el momento en el que supe que habíamos cruzado todas las líneas posibles. Cuando finalmente nuestros cuerpos cedieron al agotamiento, Selena se giró hacia mí, aún jadeante, con el sudor resbalando por su piel.

—Cuando volvamos a casa, esta va a ser nuestra nueva vida —susurró, y supe que no había marcha atrás.

Autor