El ambiente en la sala seguía cargado de deseo. Sara y Jesús descansaban en el sofá, aún desnudos, sus cuerpos brillando con el calor del momento vivido. María, sentada junto a Luis, no apartaba la mirada de ellos. Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa cuando giró hacia su marido y le besó con intensidad, encendiendo nuevamente la chispa entre ellos.
Luis deslizó sus manos por el cuerpo de María, recorriéndola con familiaridad y deseo renovado. Sin prisa, la guió hasta el sofá, haciéndola recostarse y separando lentamente sus piernas. Jesús y Sara, aún recuperándose, observaron con curiosidad y excitación mientras Luis descendía, besando el vientre de su esposa hasta que su lengua encontró su centro.
—Me ha excitado tanto veros —susurró María, arqueando la espalda mientras las caricias húmedas de su marido la hacían gemir.
Sara mordió su labio inferior, sus ojos fijos en la escena. Sus pezones volvieron a endurecerse mientras sus piernas se apretaban instintivamente. Jesús notó su reacción y pasó un brazo por sus hombros, acercándola más.
Luis intensificó sus movimientos, su lengua jugueteando con cada pliegue de María, provocando estremecimientos en su cuerpo. María no apartaba la vista de sus amigos, disfrutando tanto de la sensación como de ser observada. Sus gemidos llenaron la sala hasta que su orgasmo la recorrió como una corriente eléctrica.
Cuando su cuerpo dejó de temblar, María se incorporó, sus ojos oscuros y llenos de deseo. Se arrodilló frente a Luis, deslizándose entre sus piernas con movimientos felinos. Sus manos recorrieron su torso antes de bajar hasta su erección, tomándola con delicadeza antes de inclinarse y rodearla con sus labios.
Sara soltó un suspiro al verla así, con su cuerpo expuesto, su trasero elevado y su sexo visible a plena vista. Se inclinó hacia Jesús y le susurró:
—Me gustaría tocarla… me excita tanto verla así.
Jesús pasó una mano por su muslo, comprendiendo el fuego que ardía en su esposa. Mientras tanto, Luis gimió cuando María aumentó el ritmo, su lengua deslizándose por toda su longitud con habilidad experta. Sus gemidos eran ahogados por la manera en que se entregaba a él, con una mezcla de devoción y lujuria pura.
Luis, sintiendo que estaba cerca, la levantó con firmeza y la guió hasta su regazo. María se acomodó sobre él, deslizando su cuerpo con facilidad hasta que lo sintió llenar su interior. Un jadeo escapó de sus labios mientras comenzaba a moverse lentamente, disfrutando de cada sensación.
—Míralos… —susurró Luis en su oído—. Me gustaría hacerle cosas a Sara…
María sonrió, girando su rostro para ver a la otra pareja. Sara tenía los ojos fijos en ella, sus mejillas encendidas de deseo. Como si entendiera la insinuación, se acercó a María, dejando que sus dedos se deslizaran por su piel húmeda antes de tocarla entre sus muslos.
—Quiero hacerte sentir más —murmuró Sara, comenzando a acariciarla con suavidad.
María gimió, el placer se intensificaba con cada movimiento. Mientras cabalgaba a Luis, sintiendo su dureza dentro de ella, Sara la masturbaba con lentitud, aumentando la intensidad del momento. Jesús observaba con una mezcla de asombro y deseo, su mano ya ocupada en su propia excitación.
Los gemidos de María se volvieron más intensos, sus movimientos más erráticos hasta que Luis, con un gruñido gutural, la sujetó con fuerza y llegó al clímax dentro de ella. María tembló, su orgasmo explotando al mismo tiempo, sus cuerpos entrelazados en un espasmo compartido.
El silencio se llenó con el sonido de respiraciones agitadas. María, aún montada sobre Luis, se giró lentamente hacia sus amigos, su sonrisa resplandeciente y traviesa.
—¿Preparados para el siguiente paso? —preguntó con malicia.
Sara no dudó ni un segundo.
—Sí, guíame —respondió con un tono claro y decidido, su mirada llena de anticipación.