Entre risas y complicidad, Carlos y yo nos aventuramos hacia un descampado apartado en las afueras de la ciudad. Era una noche de verano, cálida y envuelta en el susurro de los grillos y el brillo de las estrellas. Habíamos planeado esta escapada clandestina como un acto de desafío contra la monotonía de nuestras vidas cotidianas, una forma de avivar la chispa que siempre había ardido entre nosotros.
Me describo, Soy Pepa y mi marido Carlos. Yo soy una morena de pelo rizado, con buen pecho, mido 1,65 y bueno peso 57 kg. no soy ligera, tengo mis curvas, pero creo que estoy muy bien. Y Carlos es un tío con cuerpo normal para nuestros 38 años, no está musculado, pero no le sobra ni un kilo, lo que más me gusta de él son sus fuertes y grandes manos, cuando me coge con ellas me derrito.
El aire estaba cargado de electricidad cuando detuvimos el coche en un claro cercado a una estación de tren de nuestra ciudad. Con una sonrisa traviesa, Carlos me miró y supe sin duda que estábamos en la misma sintonía. La emoción burbujeaba en mi pecho mientras nos deslizábamos en el asiento trasero, nuestras risas llenando el espacio íntimo del vehículo, parecíamos unos críos de 20 años en su encuentro fugaz.
Me recosté contra los asientos de cuero, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras Carlos se acercaba a mí con un brillo juguetón en los ojos. Sus manos cálidas buscaron las mías, entrelazándose con una familiaridad reconfortante. La tensión entre nosotros era palpable, cargada de un deseo que había estado ardiendo en lo más profundo de nuestras almas durante años.
Sentí el roce suave de sus labios contra los míos, un beso suave y tentador que encendió una llama dentro de mí. Nuestros cuerpos se fusionaron en un abrazo apasionado, explorando con ansias el calor y la textura del otro. Sus manos hábiles trazaron caminos ardientes sobre mi piel, enviando corrientes eléctricas de placer a cada rincón de mi ser.
La oscuridad fuera del coche nos envolvía en un manto de privacidad, otorgándonos la libertad de entregarnos plenamente al éxtasis del momento. Desabroché lentamente los botones de su camisa, revelando la piel dorada y tentadora que había deseado con desesperación desde hacía tanto tiempo.
Cada caricia, cada suspiro, era un tributo al fuego que ardía entre nosotros, alimentando nuestra pasión con cada roce y cada gemido. Mis dedos se hundieron en su cabello oscuro, mientras su boca encontraba mi cuello con una hambre voraz que enviaba olas de placer a través de mi cuerpo.
El calor del verano se mezclaba con el calor de nuestro deseo, creando una sinfonía de sensaciones que me dejaban sin aliento. Sus labios encontraron los míos en un beso ardiente y desenfrenado, uniendo nuestros cuerpos en un abrazo feroz que amenazaba con consumirnos por completo.
Mis manos exploraron el contorno musculoso de su espalda, sintiendo el calor de su piel bajo mis dedos mientras nos entregábamos al frenesí del deseo compartido. Cada roce, cada caricia, era un recordatorio vívido de la conexión profunda que compartíamos, una unión que trascendía los límites del tiempo y el espacio.
Carlos me desnudó, quedándome apoyada sobre la puerta del coche, con las piernas abiertas y con una humedad que era difícil de oculta, y que además no quería hacerlo, por lo que cogí la cabeza de carlos y lo llevé directamente a que me hiciese el sexo oral que tanto buscaba.
El mundo fuera de nuestro pequeño refugio parecía desvanecerse en la oscuridad, dejándonos solos en un universo de pasión y éxtasis. Sus susurros de placer resonaban en mis oídos, llenándome de un anhelo insaciable que sólo él podía satisfacer. Su legua jugaba con mi clítoris y de vez en cuando bajaba a mi culito, lo que me encendía todavía más.
Y así, en la penumbra del coche y bajo el resplandor de las estrellas, nos perdimos el uno en el otro en un torbellino de sensaciones y emociones. Cada beso, cada caricia, era una promesa de amor y devoción que sellábamos con cada gemido y cada suspiro compartido.
Carlos terminó de desnudarse y puso su pene a la altura de mi boca dejando poca duda de lo que quería que le hiciese. Me la tragué hasta el fondo hasta que su prepucio tocó mi campanilla, me sentía llena y satisfecha tras la primera arcada vi como Carlos se volvía loco, lo que provocó que mi mano volviese a mi coñito ardiendo.
No podía más y le pedí a Carlos que se sentase para montármelo, poco duramos, la excitación del momento, el estar en el coche follando como hacía tiempo no lo hacíamos, estar desnudos en medio de la nada y la rapidez de nuestro encuentro hizo que mi coñito se llenase del semen de Carlos a la vez que mi coñito estallaba con un orgasmo propiciado por el golpe seco que sentí en mi culito al introducir Carlos su dedo hasta el fondo de golpe.
Mi orgasmo no finalizaba sentirme llena por todos los agujeros me volvió loca, y justo en ese momento me di cuenta que nos estaban observando desde fuera del vehículo… pero esa historia lo dejo para el siguiente relato.
Espero que os halla gustado y que nos dejéis los comentarios, os iremos respondiento.