La brisa marina entraba suavemente por la ventana abierta del apartamento, llevando consigo el aroma salado del mar y el rumor de las olas rompiendo contra la orilla. Me encontraba sola, envuelta en la sensación de tranquilidad que me brindaba aquel lugar. Mis padres habían bajado a darse un baño en la playa, pero yo no tenía ganas de acompañarlos.

Me di una ducha larga, disfrutando del agua tibia recorriendo mi piel. Dejé que se deslizara por mis pechos, que aunque nunca me había detenido a apreciarlos en profundidad, eran firmes y voluminosos, con pezones rosados y erectos por el contraste de la temperatura. Mi vientre plano descendía hasta mis caderas redondeadas, y entre mis muslos se ocultaba un secreto que hasta ese momento solo había explorado superficialmente.

Salí de la ducha y envolví mi cuerpo en una toalla. Caminé descalza hasta la ventana del salón para dejar que la brisa secara mi piel. Fue entonces cuando mis ojos se posaron en la escena que cambió todo.

En el apartamento de enfrente, la luz tenue del atardecer revelaba la silueta de una pareja entregada al deseo. El hombre estaba desnudo, de pie, sosteniendo a su pareja contra la pared. Sus caderas se movían en un ritmo hipnótico, penetrándola con fuerza y pasión. La mujer arqueaba la espalda, con la cabeza echada hacia atrás y los labios entreabiertos en un gemido silencioso que, a pesar de la distancia, yo podía imaginar.

Mi respiración se aceleró. No era la primera vez que veía algo así en una película o en algún video, pero esta vez era real, crudo y genuino. Sentí un cosquilleo en mi entrepierna, una sensación desconocida y excitante que se extendió por mi abdomen. Mis pezones se endurecieron bajo la toalla, y un calor abrasador me recorrió de pies a cabeza.

Lentamente, como si mi cuerpo se moviera por voluntad propia, dejé caer la toalla al suelo. Me quedé completamente desnuda, con la piel erizada, y mis dedos descendieron de manera temblorosa entre mis muslos. Rozé mi sexo con suavidad, descubriendo que estaba húmeda. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando mi dedo rozó mi clítoris por primera vez con intención.

La pareja seguía moviéndose con intensidad. La mujer ahora estaba de rodillas, tomando el miembro del hombre entre sus labios, devorándolo con deseo y desde la distancia me parecía enorme, aunque sin experiencia se veía un pene increíble. Ver aquella escena encendió una llama dentro de mí, y sin darme cuenta, deslicé mis dedos entre mis labios húmedos, acariciándome con más determinación.

Mi respiración se volvió más entrecortada, y la humedad entre mis piernas aumentó. Me dejé caer sobre el sofá, abriendo las piernas mientras mis dedos exploraban mi sexo con más confianza. Con la otra mano acaricié mis pechos, jugueteando con mis pezones duros. Mi clítoris estaba hinchadísimo y el roce hacía que mi cuerpo se arqueara una y otra vez notando como un flujo continuo salía de mi coñito.

Un gemido escapó de mis labios cuando mi dedo se hundió levemente dentro de mí por primera vez. Era una sensación extraña, nueva, pero deliciosamente placentera. Moví mis caderas instintivamente, acompasando el ritmo con el de la pareja frente a mí, estaba fuera de mi y un segundo dedo entró con facilidad mientras miraba como mis vecinos no paraban de follarse y yo intentaba seguir su ritmo ya con tres dedos dentro de mí, estaba como loca de placer y morbo.

El hombre la tomó de los muslos y la empaló en su erección. La mujer gritó de placer, arqueó su espalda y se aferró a él mientras él la llenaba una y otra vez con embestidas profundas y rítmicas. Sentí un espasmo de placer en mi interior y aceleré mis movimientos. Mis dedos se deslizaban rápido sobre mi clítoris y labios, mi vientre se tensó y mis piernas comenzaron a temblar.

Un calor abrasador subió desde mis entrañas hasta mi pecho, mis pezones pequeñitos estaban duros como piedras y un gemido ahogado escapó de mis labios cuando una ola de placer me recorrió por completo. Mi cuerpo se arqueó, mis muslos se apretaron y mis dedos se empaparon con mi propia humedad. Mi primer orgasmo me sacudió con una intensidad desconocida, dejándome jadeante, con el corazón latiendo a toda velocidad y mojando el sofá en una situación que nunca había vivido pero que sin saber porque me hacía sentirme poderosa.

Me quedé allí, recostada en el sofá, sintiendo la calidez del placer recorrerme. Observé a la pareja, ella de rodillas esperando la corrida de su macho que lo hizo sobre su cara y volvió a sobresaltarse mi conejito y sonreí para mí misma. Fue mi primera masturbación y fue deliciosa, volví al baño a limpiar y cuerpo y descubrí el placer de la ducha sobre mi clítoris.

Espero que os haya gustado, yo lo disfruté muchísimo.

 

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