El viernes, después de salir del trabajo, todo el grupo decidió ir a tomar unas cervezas. Era un plan habitual, pero esta vez la tensión entre Juanjo y yo era diferente. Me puse un vestido a media pierna con escote palabra de honor, negro y ajustado en la cintura. Juanjo vestía un traje azul marino con camisa blanca y una corbata que rompía el protocolo, con estampados divertidos que le daban un aire relajado.
Las primeras rondas transcurrieron con risas y conversaciones triviales, pero nuestras miradas decían mucho más. Me aseguré de sentarme junto a él, lo suficientemente cerca como para que cada movimiento rozara nuestras pieles de forma accidental. O eso fingíamos.
—Eres muy de corbatas raras, ¿eh? —dije mientras acariciaba suavemente la tela entre mis dedos.
—Le dan un toque especial a mi seriedad de oficina —respondió con una sonrisa ladeada.
Las cervezas comenzaron a hacer efecto, y sin darnos cuenta, nos fuimos quedando solos. Los demás se marchaban poco a poco, algunos con excusas de madrugones y otros simplemente dejando que el viernes los llevara a otros rumbos. Juanjo y yo seguimos allí, entre risas y comentarios con doble sentido.
—Así que te gusta llevar el control —dijo en algún punto de la conversación, arqueando una ceja con picardía.
Le sostuve la mirada y me acerqué un poco más.
—Digamos que disfruto cuando las cosas salen como quiero —respondí, jugando con la pajita de mi bebida.
—¿Y en qué tipo de situaciones te gusta tener el control? —preguntó con fingida inocencia.
Me reí, dejando que el alcohol me soltara un poco la lengua.
—En casi todas… y en algunas más que en otras. Pero para eso hay que estar dispuesto —solté, mirándolo fijamente.
Él se humedeció los labios, como si estuviera procesando mis palabras. Luego, con una sonrisa traviesa, respondió:
—Nunca he sido de rechazar buenas experiencias.
El ambiente entre nosotros cambió de inmediato. Había dado el paso que necesitaba, y él no solo no retrocedió, sino que aceptó el juego con gusto.
Cuando terminamos de picotear y nos preparamos para despedirnos, decidí no dejarlo en una simple conversación. Me levanté, tomé mi bolso y me giré hacia él con seguridad.
—Sígueme —ordené sin titubear.
Juanjo sonrió, asintió y se levantó sin dudarlo. Y ahí supe que el juego acababa de empezar.
—Ahora vas a ir al baño y quiero que te quites los calzoncillos, he visto que tu polla ha crecido y quiero que lo note más gente, que no se baje.
Juanjo entre incrédulo y excitado se fue al baño, y tras pocos minutos que se me hicieron horas volvía con su “herramienta” muy suelta y como bien había ordenado sin que se le bajase ni un poco, y es más creo que algo había crecido no se si por la excitación o porque quería provocarme más.
—Creo que he elegido bien a mi nuevo juguete, déjame tocar lo que guardas ahí. Estiré mi mano y un gemido salió de mi boca, calzaba una polla que no se si podría con toda ella por primera vez en mi vida y Juanjo se percató de ello y soltó una sonrisa que fue castigada con un apretón sobre sus huevos.
Y nos fuimos a mi casa, hoy iba a necesitar mis “herramientas”.