La noche aún se sentía en nuestra piel, el eco de los jadeos de Eva todavía vibraba en mis oídos. Nos habíamos vestido a medias después de nuestro desenfreno sobre el capó del coche, pero la brisa nocturna nos mantenía despiertos, nuestros cuerpos aún encendidos por la adrenalina del momento.
Eva estaba recostada sobre mí en el asiento trasero del coche, con su vestido deslizado por sus muslos y su pecho apenas cubierto. Yo acariciaba su piel desnuda, disfrutando la calidez que aún emanaba de ella.
—¿Crees que volverá? —susurró contra mi oído, con esa sonrisa traviesa que tanto me volvía loco.
No tenía que preguntar a quién se refería.
—No lo sé… —respondí, deslizando mis dedos por la curva de su muslo—. Pero creo que tú lo quieres.
Eva no me respondió, solo sonrió y mordió su labio inferior.
Fue entonces cuando lo vimos.
Apenas una sombra entre la penumbra, su figura se recortaba contra la tenue iluminación de la zona de los techados. Ya no nos observaba desde la distancia. Se estaba acercando.
Mi corazón latió con fuerza.
Eva no apartó la mirada de él. Su respiración se hizo más profunda, sus pezones se endurecieron bajo la fina tela de su vestido. La posibilidad de que se acercara realmente la excitaba.
El hombre se detuvo a un par de metros del coche. Ahora podía verlo mejor: alto, fornido, con el rostro semioculto por la sombra de su capucha. No dijo nada. Solo nos miraba.
—Está esperando algo… —susurré en su oído, deslizando mi mano entre sus muslos—. Quiere que lo invites.
Eva soltó un jadeo cuando mi mano encontró su sexo húmedo.
—¿Te gustaría? —pregunté con voz ronca.
Ella me miró con esos ojos brillantes de deseo y desafío.
—Sí.
Mi polla se endureció de inmediato.
Eva se incorporó lentamente, con la seguridad de una mujer que sabe que la están observando. Con un movimiento pausado, abrió la puerta del coche y salió, quedando expuesta bajo la luz tenue de la noche.
El mirón dio un paso más.
Yo no me moví. Quería ver lo que ocurriría. Quería ser testigo de lo que Eva haría.
Ella avanzó hacia él, deteniéndose a medio metro. Lo observó con intensidad y, con una calma absoluta, deslizó los tirantes de su vestido hasta que la tela cayó por su cuerpo, dejando al descubierto su piel desnuda.
El mirón exhaló pesadamente.
Eva sonrió.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con voz seductora.
El hombre no respondió, pero sus ojos lo dijeron todo.
Mi respiración se volvió errática cuando vi a Eva acercarse aún más a él, con esa sensualidad innata que me volvía loco. Se puso de puntillas y susurró algo en su oído. No pude escucharlo, pero fuera lo que fuera, el hombre se estremeció.
Y luego, la vi deslizar su mano sobre su pantalón, acariciando la erección que se marcaba en la tela.
Mi polla palpitó dolorosamente dentro de mi ropa. No podía creer lo que estaba viendo.
Eva iba a follarse al mirón delante de mí.
Me acomodé en el asiento trasero, mi mano bajando a mi entrepierna mientras los observaba.
El hombre se tensó cuando Eva desabrochó su pantalón y lo bajó con una lentitud exasperante.
Yo podía ver la excitación en sus ojos. Y también la de ella.
Eva cayó de rodillas ante él, su lengua deslizándose por su miembro palpitante, explorándolo con un deleite perverso.
Me masturbé lentamente al verla tomarlo en su boca, moviéndose con esa dedicación que tantas veces había disfrutado solo para mí. Pero esta vez era diferente. Esta vez ella estaba compartiendo su placer con otro… y eso me volvía completamente loco.
Mi respiración se volvió errática cuando vi al hombre aferrar el cabello de Eva y comenzar a mover sus caderas, follándola con avidez.
Ella no se detuvo. Ella lo disfrutó. Cada envestida la hacía soltar pequeños gemidos ahogados por el placer, la polla de aquel desconocido la estaba llenando y llevando al límite del placer.
Mi esposa estaba completamente entregada, devorando a aquel desconocido con una pasión desenfrenada. Sus tetas no paraban de ir de un lado a otro mientras era follada casi con violencia por su amante y yo estaba más excitado que nunca, sentía que me iba a correr y se lo hice saber a Eva que me hizo acercarme a donde estaba y comenzó una mamada que finalizó con mi corrida en segundos en lo más profundo de su boca y no fui el único que se corrió porque nuestro nuevo amigo sacó justo a tiempo su polla para correrse sobre la espalda de Eva, mientas que mi mujer se corría a chorro por sus piernas.
Nuestro desconocido amigo, como vino se fue tras decir un escueto “gracias”.
Eva y yo nos miramos e intentamos asimilar con nuestras miradas lo ocurrido mientras no recomponíamos y de repente estallamos en risas y un beso de amor que lo dijo todo.
— Ha sido una locura amor, espero que no te haya sentado mal– a lo que la contesté con un pico y una frase “te amo más que nunca”.