El coche crujía con cada uno de sus movimientos. La ventana comenzaba a empañarse, pero a través de ella aún podía distinguir la silueta del hombre que nos observaba desde la oscuridad. Eva estaba sobre mí, montándome con esa mezcla de deseo y atrevimiento que tanto me enloquecía. Su vestido ya era solo una tela arrugada en el asiento del copiloto, y sus pechos desnudos se movían con cada embestida de su cuerpo contra el mío.

—Nos está mirando… —susurró contra mi oído, y no pude evitar estremecerme al sentir su aliento caliente contra mi piel.

Sabía que en cualquier otra situación podríamos haber parado, que la razón nos habría hecho marcharnos. Pero no éramos una pareja convencional. El morbo, la adrenalina, la posibilidad de ser descubiertos… todo eso encendía una chispa en nosotros que no podíamos ignorar.

—Sigue… —murmuré, deslizando mis manos por sus caderas, ayudándola a moverse más rápido sobre mí.

Eva gemía más fuerte ahora, sin preocuparse por reprimir el sonido de su placer. Fuera del coche, el hombre seguía inmóvil, su silueta apenas iluminada por la tenue luz de una farola cercana. No podía ver su rostro, pero su presencia era innegable. Sabía que nos estaba mirando con atención, que probablemente su propia excitación estaba creciendo al vernos tan entregados el uno al otro.

—Quiero que nos vea bien… —susurró Eva con una sonrisa traviesa, y de repente, se separó de mí.

Antes de que pudiera preguntarle qué hacía, abrió la puerta del coche, dejando que el aire fresco de la noche entrara en la cabina. Su cuerpo desnudo brillaba con el reflejo de las luces de la ciudad a lo lejos. Se giró hacia el mirón, su mirada desafiante, y luego me tomó de la mano para hacerme salir también.

Yo estaba duro, palpitante, y ella lo sabía. Se mordió el labio inferior antes de volverse hacia el coche y apoyarse sobre el capó. Su trasero quedó expuesto, su humedad brillando bajo la luz tenue.

—Fóllame aquí… —ordenó con un tono de voz ronco de deseo.

Mi corazón latía con violencia. Sabía que esto era una locura, pero no podía resistirme. Me acerqué por detrás, deslicé mis manos por su espalda desnuda y me hundí en ella de un solo movimiento. Eva soltó un gemido entrecortado y arqueó la espalda, presionando más su cuerpo contra el coche.

—Así… más fuerte… —jadeó, aferrándose a los bordes del capó mientras yo embestía contra ella.

Sabíamos que el mirón podía vernos perfectamente ahora. Sabíamos que podía escuchar los gemidos de Eva, los jadeos entrecortados, el sonido de nuestra piel chocando en la noche silenciosa. Y en lugar de asustarnos, eso solo nos excitaba más.

Mi mano se deslizó hasta su pecho, apretándolo con firmeza, mientras mi otra mano se aferraba a su cadera para guiar nuestros movimientos. Sentía el calor de su cuerpo, la tensión de sus músculos, la manera en la que su interior me apretaba cada vez más fuerte.

—Me voy a correr… —gimió Eva, y supe que era verdad.

Su cuerpo tembló contra el coche, su orgasmo explotando con una intensidad que la dejó sin aliento. Yo la seguí segundos después, aferrándome a ella mientras me derramaba en su interior, el placer recorriéndome de pies a cabeza.

El silencio quedó flotando entre nosotros por unos instantes, solo roto por nuestras respiraciones agitadas. Eva se giró lentamente, con una sonrisa satisfecha en los labios.

—¿Crees que él también disfrutó del espectáculo? —preguntó con una risa traviesa, señalando con la cabeza hacia donde estaba el mirón.

Yo volví la mirada, pero ya no había nadie allí. Se había esfumado en algún momento, tal vez satisfecho con lo que había visto, tal vez demasiado excitado para quedarse.

—Creo que le dimos justo lo que quería… —respondí, tomando su rostro entre mis manos y besándola con suavidad.

Nos quedamos abrazados un rato, sintiendo la brisa nocturna en nuestra piel caliente. Sabíamos que esta no sería la última vez que jugaríamos con nuestros límites, que siempre encontraríamos nuevas maneras de mantener la pasión viva.

Seguíamos desnudos fuera del coche, sin prisa y una nueva situación se planteó…

 

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