Al salir del local, tomé la mano de Tino y me acerqué a su oído.
—Quiero que Juan venga con nosotros a casa. Quiero que los dos me hagais sentir deseada, que me colmeis de placer en nuestra propia cama, quiero que esta noche sea inolvidable y me folléis hasta que os suplique —susurré con voz entrecortada por la excitación.
Tino sonrió, sus ojos reflejaban la misma lujuria que sentía en mi interior. Se giró hacia Juan y, sin necesidad de muchas palabras, le hizo un gesto afirmativo. Juan nos miró con una sonrisa pícara y asintió.
El trayecto hasta casa fue un torbellino de sensaciones. Tino me hizo sentar detrás con Juan, mi piel ardía con cada caricia, mi respiración era errática, mi mente imaginaba cada detalle de lo que estaba a punto de suceder mientras que pasamos de los besos a las caricias. Sacó mis pechos y comenzó a jugar con los pezones mientras mordisqueaba el otro era pellizcado y sin tocarme si quiera tuve mi primer orgasmo.
Al llegar, apenas cruzamos la puerta, Juan me atrapó contra la pared con su cuerpo, sus labios reclamando los míos con hambre. Tino se quedó a un lado, observando con deseo encendido, disfrutando de cada segundo, solo se acercó por mi espalda para susurrarme que lo disfrutara a la vez que dejaba caer mi vestido.
Las manos de Juan recorrieron mi espalda, descendiendo lentamente hasta mis caderas. Me estremecí al sentir su aliento contra mi cuello. Sus labios dibujaban un camino de fuego sobre mi piel. Tino deslizó una mano por mi muslo, haciendo que mi cuerpo respondiera con un estremecimiento de puro placer.
Entre los dos me llevaron hasta la habitación. Me sentí como una diosa, adorada, venerada. En el centro de nuestra cama, los dos hombres me quitaron el pequeño tanga, única prenda que me quedaba puesta, con una lentitud tortuosa, sus manos explorándome con devoción. Cada caricia, cada beso, cada roce avivaba el fuego en mi interior.
Juan me tomó entre sus brazos mientras Tino se colocaba detrás de mí, sus labios dibujando senderos de placer en mi espalda. Sus manos se entrelazaban sobre mi piel, acariciando, explorando. Mi cuerpo vibraba entre ellos, mis gemidos llenaban la habitación. Juan comenzó a comerme el coñito y sorber todos mis jugos mientras que Tino lo veía todo en un primer plano, sus ojos eran lujuria pura y los míos no se alejaban mucho de ello.
La noche se convirtió en un juego de sensaciones, Juan me estaba haciendo un sexo oral que se sumaba a mi estado de excitación y conseguía encadenarme dos orgasmos seguidos. Sentí cada toque, cada beso, cada embestida como una explosión de placer incontrolable. Mis uñas se clavaron en la piel de Juan, mi cabeza cayó hacia atrás sobre el hombro de Tino. Estaba en éxtasis, perdida en el deseo.
Cada orgasmo era una nueva ola de placer que me arrastraba más y más lejos. Sentí cómo ambos me llevaban al límite, alternando entre caricias suaves y arrebatos de pasión desenfrenada. El placer era infinito, mi cuerpo ardía en cada embestida, en cada susurro de sus nombres entre jadeos. Y llegó el momento Tino sin decirme nada se acomodó a mi lado y mientras me besaba con tranquilidad pero con mucho morbo me miró a los ojos y me susurró “lo que voy a hacer ahora lo llevo soñando mucho tiempo” y con una mano abrió un poquito mi coñito y dirigió la polla de Juan hacia la entrada de mi y cuando sentí que poco a poco se abría camino solté un gemido que se pudo oir en todo el edificio.
Tino se apartó y miró como mi partener me follaba lo más duro que me han follado hasta ahora y comenzó a masturbarse acompañado de mis gemidos, de vez en cuando se acercaba a vernos más cerca y en una de esas me metió su polla en mi boca, yo pensaba que no habría más placer pero si, me sentía la mujer más puta del mundo y quería serlo y quería que me utilizaran, y vaya si lo hicieron.
Se corrieron varias ocasiones, pero la que más me gustó fue la que Tino terminó dentro de mi sin preservativo y Juan inmediatamente me la metió hasta el fondo y notar mi coñito empapado con el semen de mi marido mientras que me volvían a follar hizo que mis orgasmos me matasen de placer.
Cuando finalmente nos desplomamos sobre la cama mi cuerpo aún temblaba con el eco del placer, mi respiración era errática y mis labios aún recordaban el sabor de la lujuria.
Tino se giró hacia mí, con una sonrisa de pura adoración en su rostro. Juan, a mi otro lado, me miró con esa chispa de deseo aún encendida en sus ojos.
—Espero que esta no sea la última vez —dijo Juan con voz ronca.
Sonreí mientras me acomodaba entre ellos.
—Definitivamente no lo será.
Delicioso, Maika por favor sigue escribiendo