La cena transcurrió entre miradas cómplices y risas contenidas. Tino y yo disfrutamos de la comida en aquel restaurante elegante, sabiendo lo que vendría después. Nuestro juego estaba por comenzar.

Voy a describirme soy una mujer de 36 años, morena, cuerpo normal, tetas grandes y muy muy morobsilla. Mi marido Tino es una delicia morena de 1,90, nada atlético porque no hace ejercicio ya que su físico es asquerosamente perfecto, y como yo muy muy morboso.

Esa noche llevaba un vestido lencero, y como íbamos a jugar los dos, tuve el descuido de ir sin sujetador, y Tino llevaba unos docker marinos con una camisa blanca que… estaba para arrancársela de cuajo.

Nos dirigimos a un local de copas, pero cada uno entró por su lado, queríamos jugar a ser desconocidos y mirarnos desde lejos. Me acomodé en la barra y pedí mi puerto de indias con sprite, mientras sentía el peso de las miradas sobre mí. Me encantaba este juego, saber que Tino me observaba desde lejos, excitándose al verme deseada por otros hombres.

Poco a poco varios se acercaron a entablar conversación. Sonreí, jugué con mi cabello y permití que la química fluyera. Uno de ellos captó mi atención. Alto, atractivo, con una seguridad que me desarmó. Coqueteamos sutilmente mientras sentía la mirada de mi marido arder sobre mi piel, y las caricias furtivas por parte del desconocido no ayudaban a calmar mi excitación.

Entonces, la música cambió. Un ritmo sensual invadió el ambiente, la iluminación se volvió más tenue, casi íntima. Él me tomó de la mano y me llevó a la pista de baile. Sus manos viajaron por mi cintura, su aliento rozaba mi oído. Nos balanceábamos al compás de la melodía, nuestros cuerpos cada vez más cerca, lo que permitió notar un buen paquete que se estaba poniendo duro por momentos.

Apreté mis labios con deseo contenido y, finalmente, levanté la mirada hacia Tino, quien, con una leve inclinación de cabeza, me dio su aprobación. Me giré hacia mi acompañante y nuestros labios se encontraron en un beso profundo, cargado de lujuria. Sus manos recorrieron mi espalda, mis brazos, bajando sutilmente hasta mis caderas y por fin mi culo, apretando sus manos contra mis mofletes hizo que saliese el primer gemido de mis labios. No hubo prisas, solo una exploración sensual a través de la ropa, como si cada roce fuera una promesa.

La danza continuó, nuestros cuerpos en una coreografía privada, nuestros suspiros ahogados por la música. Las manos de aquel desconocido recorrieron mi piel con suavidad, mientras yo jugaba con su camisa, sintiendo su cuerpo bajo la tela. La excitación era palpable en mi humedad, mojando mi tanguita, y en su enorme bulto.

Tras un rato, mi deseo estaba desbordado. Con una última mirada a mi esposo, me separé de mi acompañante y me acerqué a él. Su sonrisa traviesa me recibió y con un beso que hizo que mi coñito chorrease me permití lanzarme y susurrarle al oído que quería mucho más antes de que saliéramos del local. Sin embargo, la noche aún tenía una sorpresa guardada para mí…

 

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