Después de una cena relajada y llena de risas, nos acomodamos en el sofá con una copa de vino en la mano. Luis y yo habíamos decidido ser honestos con Marisa, una de mis amigas más cercanas, sobre nuestra nueva vida sexual. Queríamos compartir con ella la experiencia del trío que habíamos tenido recientemente con un chico en un bar. La curiosidad brillaba en sus ojos mientras nos escuchaba, sus labios entreabiertos mientras asimilaba cada palabra con atención.

—¿Y cómo se sintieron después? —preguntó finalmente, con voz pausada.

Nos miramos con Luis y sonreímos. Fue él quien rompió el silencio.

—Fue excitante, nuevo, diferente. Nos sentimos más conectados que nunca después de compartir algo así.

Marisa se mordió el labio y tomó un sorbo de su vino, sus mejillas sonrojadas por la conversación. Su mirada se fijó en mí antes de soltar su confesión.

—Siempre me has parecido atractiva, María —susurró, jugueteando con la copa en su mano—. Y si alguna vez quieren experimentar conmigo… yo estaría dispuesta a todo lo que quieran.

Mi corazón dio un vuelco. La electricidad recorrió mi piel al imaginar la posibilidad. Miré a Luis, quien me observaba con un brillo en los ojos, expectante. Me acerqué a Marisa sin apartar la mirada de la suya, mi mano acariciando su muslo desnudo bajo el vestido corto que llevaba.

La tensión en el aire se volvió densa y deliciosa. Me incliné lentamente y probé sus labios, suaves y cálidos. Marisa gimió contra mi boca y sentí cómo su cuerpo se estremecía bajo mi toque. Luis nos observaba, su respiración acelerada.

Me separé un instante para admirarla. Marisa tenía un cuerpo espectacular: piel tersa, pechos redondos y firmes, cintura estrecha y unas caderas que invitaban a ser exploradas. Sus pezones endurecidos se marcaban a través de la tela del vestido y su respiración era agitada.

Mis manos recorrieron su cuerpo, deslizándose por sus curvas con adoración. Su vestido cayó al suelo, dejándola en ropa interior. Su tanga apenas cubría su sexo, y su sujetador negro realzaba sus pechos de una manera exquisita. Mis labios se deslizaron por su cuello, bajando hasta su clavícula mientras mis manos la acariciaban con deseo.

Luis se acomodó en el sofá, observándonos con los ojos encendidos de lujuria. Marisa y yo nos olvidamos de todo, entregándonos a la pasión que crecía entre nosotras.

Mis labios recorrieron cada centímetro de su piel mientras ella gemía mi nombre. Mis dedos encontraron su humedad y supe que estaba lista para mí. Nos movimos con ansias, explorándonos sin reservas, mientras Luis disfrutaba del espectáculo ante él.

Aquella noche fue solo el principio de algo que nunca imaginé que podría desear tanto.

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