Me llamo Laura y llevo casi quince años casada con Marcos. Nos amamos con locura, pero hay algo que siempre ha sido un motor para nuestra vida sexual: el morbo de hablar de nuestras experiencias pasadas mientras hacemos el amor. A ambos nos excita conocer con detalle los cuerpos y las historias de quienes estuvieron antes en nuestras camas, y convertir esos recuerdos en combustible para nuestro deseo mutuo.

Esta noche, después de una copa de vino, nos miramos con esa chispa especial en los ojos. Marcos, de complexión normal, con su pecho ligeramente velludo y esa sonrisa traviesa, se acerca a mí mientras deslizo los tirantes de mi camisón. Yo sé lo que vendrá a continuación. Sus manos recorren mis grandes pechos, sus labios encuentran mi cuello y su voz ronca murmura contra mi piel:

—Cuéntame algo… algo que me haga perder la cabeza.

Sonrío, porque sé exactamente lo que quiere. Me tumba en la cama, separa mis muslos y, con los dedos jugueteando entre mi sexo rasurado, espera a que empiece.

—Había un chico, cuando tenía veinte años… Se llamaba Adrián. Lo conocí en la universidad. Era alto, con unos ojos oscuros que me volvían loca. Me llevaba a su coche después de clase y ahí… me hacía cosas que me dejaban temblando.

Marcos gruñe y hunde la cabeza entre mis piernas, su lengua dibujando círculos sobre mi clítoris mientras sigo contando. Se excita con cada detalle, con cada descripción de cómo aquel hombre me tocaba, me besaba, me tomaba. Y mientras lo hago, él me posee con intensidad, reclamando para sí cada palabra, cada gemido.

—Me acuerdo de la primera vez que Adrián me bajó las bragas en el asiento trasero de su coche. Me pidió que me abriera de piernas y empezó a besarme los muslos, mordisqueándolos, subiendo cada vez más hasta que su lengua se deslizó sobre mi clítoris. Lamía con avidez, metía su lengua dentro de mí, como si quisiera devorarme. Me hizo gemir hasta que no pude más y le rogué que me follara.

Marcos me acaricia con más intensidad al escuchar mis palabras. Su dedo entra y sale de mí, imitando lo que Adrián me hacía.

—Pero no fue solo eso… Me agarró por la cintura, me giró y me hizo ponerme en cuatro patas sobre el asiento. Sentí su lengua en mi ano, húmeda, juguetona, provocadora. Me penetró primero con sus dedos, despacio, mientras me decía que me relajara. Y cuando me tuvo completamente preparada, lo sentí hundirse en mí, llenándome de una forma tan intensa que me hizo gritar de placer.

Marcos está completamente excitado, su respiración acelerada, su erección dura contra mi muslo. Sigue escuchándome, su mano recorriendo mi cuerpo, poseyéndome como si mi historia le perteneciera a él también.

—Me folló hasta que no pude más. Me tomó en todas las posiciones, haciéndome suya una y otra vez, hasta que terminé cubierta con su semen, agotada, satisfecha… Y ahora, cada vez que lo recuerdo, me enciendo como si estuviera viviendo todo de nuevo.

La noche avanza entre confesiones y placer, entre recuerdos que se mezclan con la realidad, alimentando una llama que no hace más que crecer. Él también me cuenta sus historias, sus antiguas amantes, y lejos de sentir celos, el deseo se multiplica en mí. Lo quiero más que nunca, porque sé que, al final, después de todo, soy yo a quien él tiene entre sus brazos.

Y así, entre gemidos y relatos de pasados compartidos, llegamos juntos al clímax, sabiendo que nuestra historia, la nuestra, es la más ardiente de todas.

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