Después de un día cargado de emociones en la playa nudista, regresamos al hotel con una tensión palpable entre nosotros. Selena estaba radiante, su mirada encendida por la excitación del día. Apenas cerramos la puerta de la habitación, me tomó de la mano y me guió hasta el sillón.
—Siéntate —me ordenó con voz suave pero firme.
Obedecí sin dudar. Se quedó frente a mí, completamente desnuda, su piel bronceada resaltando bajo la tenue luz de la habitación. Con una sonrisa traviesa, deslizó una mano entre sus muslos y empezó a tocarse lentamente.
—Quiero que me digas qué sentiste hoy… cuando todos me miraban. Cuando sabías que deseaban mi cuerpo tanto como tú.
Su confesión me encendió aún más. La observé mientras sus dedos se deslizaban con maestría por su sexo húmedo, su clítoris abultado reluciendo con cada movimiento. La excitación me consumía, pero ella no me permitió moverme, quería que la viera, que reviviera cada instante del día en la playa.
Cuando finalmente llegó al orgasmo, gimió mi nombre con una mezcla de placer y provocación. Yo estaba al borde de perder el control, pero ella simplemente me sonrió y me besó.
—Vamos a cenar —susurró contra mis labios.
Se vistió con un vestido corto lencero, sin sujetador. Su forma de caminar, su postura altiva, dejaban claro que sabía exactamente el efecto que causaba en mí… y en cualquiera que la mirara.
El restaurante en el espigón era elegante, con una iluminación tenue que hacía el ambiente aún más íntimo. Nos sentamos y, tras unos minutos, Selena deslizó su mano por debajo de la mesa y tomó la mía. Me miró con una sonrisa pícara y, sin previo aviso, depositó su tanga en mi palma.
—Para que sepas que estoy así toda la noche —susurró con picardía.
Mi pulso se aceleró al imaginarla desnuda bajo aquel vestido ligero, cada movimiento suyo era una provocación. Durante la cena, mi mente no podía apartarse de la imagen de su cuerpo desnudo, la suavidad de su piel, la humedad de su sexo, el placer que nos esperaba al final de la noche.
Después de la cena, fuimos a un bar cercano a tomar una copa. Mientras bailábamos, una mujer nos observaba con interés. Morena, de labios carnosos y curvas pronunciadas, su mirada se fijó en Selena, recorriendo su cuerpo con descaro. Mi mujer, lejos de ignorarla, le devolvió la mirada con la misma intensidad.
—Creo que le gustamos —murmuró Selena en mi oído, pegando su cuerpo contra el mío.
La mujer se acercó con un cóctel en la mano y sonrió con complicidad. Nos habló con la voz cargada de intención, sus ojos oscuros centrándose en Selena con deseo evidente. Sentí un escalofrío recorrerme al ver cómo mi mujer disfrutaba de la atención, jugando con el borde de su vestido, revelando apenas un atisbo de su piel desnuda.
La tensión era electrizante, pero no llevamos el juego más allá. Nos despedimos con miradas cargadas de promesas y nos dirigimos al coche.
Apenas cerramos las puertas, Selena se subió sobre mí, hambrienta, ansiosa. Nuestros cuerpos se buscaron con desesperación, mis manos recorrieron su piel caliente, su sexo húmedo se frotó contra mí con una necesidad primitiva. La cabina del coche se llenó de jadeos y susurros cargados de deseo.
Fue entonces cuando lo noté. Una sombra, una presencia cercana. Un hombre nos observaba desde fuera, fingiendo estar ocupado, pero su mirada estaba fija en nosotros. No dijo nada, no hizo ningún movimiento brusco, solo nos miraba con una fascinación indisimulada.
Le susurré a Selena lo que pasaba y ella, lejos de detenerse, se movió con más intensidad, disfrutando de la sensación de ser vista. La idea de tener un mirón elevó nuestra excitación al límite, llevándonos a un orgasmo explosivo.
Cuando finalmente recuperamos el aliento, Selena se rió con satisfacción y me besó.
—Definitivamente, esta ha sido una noche inolvidable.