La atmósfera en la sala estaba cargada de deseo y anticipación. María se levantó con naturalidad y sirvió una copa a cada uno, entregándoselas mientras todos se acomodaban. Cada pareja se sentó en un sillón, desnudos, mirándose unos a otros con una mezcla de lujuria y expectación.
María tomó un sorbo de su copa y miró directamente a Jesús, con una sonrisa juguetona en los labios.
—Bueno, Jesús… —dijo, cruzando las piernas lentamente—. Ya sabemos que Sara quiere jugar conmigo. Ahora dime, ¿tú qué quieres hacer? ¿Quieres mirar o quieres participar?
Jesús, que hasta ahora había mantenido una expresión serena, tomó aire antes de contestar.
—Quiero mirar primero —dijo con sinceridad, recorriendo con la vista el cuerpo de María y el de su esposa—. Quiero ver cómo juegan ustedes dos.
María asintió con una sonrisa de aprobación.
—Perfecto —respondió—. Pero quiero que sepas que Luis también me va a follar a Sara… ¿qué opinas de eso?
Jesús se quedó en silencio unos segundos, considerando la pregunta. Finalmente, respondió con honestidad.
—No lo sé. Quiero verlo, pero tengo dudas de lo que pueda sentir.
Sara, que hasta ese momento había permanecido en silencio, colocó su mano en el muslo de su esposo y le susurró al oído.
—Eso me excita aún más, Jesús. Quiero hacerlo.
Con esa afirmación, María se acercó a Sara y la besó, despacio al principio, explorando sus labios con los suyos. Sara correspondió de inmediato, profundizando el beso mientras sus manos recorrían los pechos de María, acariciando cada curva de su cuerpo.
Luis y Jesús observaron en silencio mientras las dos mujeres se entregaban la una a la otra. María deslizó sus manos por la espalda de Sara, recorriéndola hasta que la hizo recostarse en la alfombra. Se colocó sobre ella, sus labios descendiendo por su cuello hasta alcanzar sus pechos, besando y mordisqueando sus pezones endurecidos.
Sara gemía con cada caricia, sus manos enterradas en el cabello de María cuando esta continuó su descenso hasta su entrepierna. María deslizó su lengua entre los pliegues húmedos de Sara, saboreándola lentamente. Sara arqueó la espalda, sus caderas moviéndose al compás de la lengua experta de María.
Jesús observaba con los ojos entrecerrados, su mano descansando sobre su propia erección sin tocarse todavía. Luis, por su parte, sonreía con satisfacción, disfrutando del espectáculo tanto como su esposa.
Sara no tardó en tomar la iniciativa. Con un movimiento ágil, invirtió la posición y colocó su boca entre las piernas de María, iniciando un 69 ardiente. Ambas mujeres se devoraban mutuamente, sus cuerpos encajando a la perfección en un ritmo sincronizado de placer. Sus jadeos y gemidos resonaban en la sala, aumentando la excitación de los hombres que observaban con deseo contenido.
Cuando los cuerpos de ambas temblaron por el orgasmo, María se separó y miró a Luis con una sonrisa cómplice.
—Ahora es tu turno —dijo, señalando a Sara con la mirada.
Luis se acercó a Sara y la tomó por la cintura, girándola para que se apoyara en el sillón. Con una facilidad impresionante, la penetró con firmeza, arrancándole un grito de placer. Sara se aferró a los cojines mientras Luis marcaba un ritmo lento y profundo, disfrutando de cada centímetro de su piel.
Mientras tanto, María se acercó a Jesús y se sentó a su lado, sus dedos deslizándose por su erección endurecida.
—Dime, Jesús… ¿te gusta cómo te estamos poniendo los cuernos? —susurró en su oído mientras lo masturbaba lentamente.
Jesús tragó saliva, sin apartar la mirada de su esposa siendo tomada por Luis.
—Sí… —susurró con voz entrecortada.
—Dímelo más fuerte —insistió María, aumentando el ritmo de su mano.
—Me encanta… —gimió él, su cuerpo tensándose bajo el toque experto de María.
Ella sonrió satisfecha y se inclinó para besar su cuello, disfrutando del poder que tenía en ese momento. Mientras tanto, Sara y Luis alcanzaban el clímax juntos, sus cuerpos colapsando el uno contra el otro en un éxtasis compartido.
Rápidamente María se dirigió a su amiga – Hoy quiero probarlo todo y voy a limpiarte el semen de mi cornudo de tu coñito- y comenzó a limpiar con su lengua el coñito de su amiga mientras que esta comenzaba a gemir y explotar en un orgasmo infinito que la provoca fuente que salpicó la cara de María que disfrutó lo que nunca había vivido en su propia persona.
Pero la noche no terminó ahí. Pronto, los cuerpos se mezclaron, las parejas se intercambiaron y el deseo se apoderó completamente de ellos. La lujuria se desbordó en besos, caricias y gemidos incontrolables.
Cuando el agotamiento finalmente los venció, los cuatro terminaron desnudos en la cama de María y Luis, enredados en un abrazo colectivo, satisfechos y exhaustos por la intensidad de la noche que acababan de compartir.