La atmósfera en la casa de María y Luis estaba cargada de una expectación latente. Tras servirnos una copa de vino, nos acomodamos en la sala, relajados pero conscientes de la tensión que flotaba entre nosotros. La conversación pronto retomó el tema de la noche anterior, y María, con su mirada chispeante, comenzó a relatar cada detalle.

—Todo comenzó con una simple mirada —dijo María, apoyándose cómodamente en el sofá—. Luis y yo habíamos hablado de esta fantasía durante mucho tiempo, y cuando conocimos a ese hombre en el bar, supimos que era el momento.

Jesús y Sara escuchaban atentos. Jesús, sin apartar la vista de su esposa, dejó que su mano se deslizara lentamente sobre la pierna de Sara, acariciando la piel expuesta bajo su vestido.

—¿Y cómo te sentiste? —preguntó Sara, con la voz algo más entrecortada de lo normal.

María sonrió, tomando un sorbo de su copa antes de responder.

—Era una mezcla de nervios y deseo. Cuando sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, sentí que el mundo desaparecía y solo quedaba el placer. Y lo mejor de todo fue ver la mirada de Luis, saber que lo disfrutaba tanto como yo…

Jesús deslizó su mano por el interior del muslo de Sara, presionando ligeramente. Ella se removió en el sofá, separando las piernas con un leve suspiro. Luis y María no tardaron en notar la intensidad del contacto.

—Dime, ¿qué fue lo que más te excitó? —insistió Jesús, con una sonrisa ladeada, su voz más grave.

—Ver cómo él me tomaba, cómo me penetraba mientras Luis observaba. Sentir que mi cuerpo no tenía control, solo placer puro… y cuando llegué al tercer orgasmo, me sentí completamente rendida, saciada… —María exhaló profundamente al recordarlo.

Sara apretó los labios, su respiración más pesada. Jesús, incapaz de resistirse, deslizó sus dedos bajo la tela de su vestido y tocó directamente la humedad entre sus muslos.

—Estás completamente empapada… —susurró Jesús en su oído, haciéndola estremecer.

Sara cerró los ojos un instante, mordiéndose el labio mientras su mano buscaba a ciegas el bulto que crecía en el pantalón de su esposo. Sus dedos rodearon su erección, sintiendo la dureza latente y comenzando a acariciarlo lentamente.

María y Luis los observaban, fascinados por la escena que se desarrollaba frente a ellos. No hicieron nada para detenerlos. Al contrario, el ambiente se volvió más denso cuando Sara se incorporó y, sin decir palabra, se quitó el vestido, revelando su cuerpo firme y tonificado.

Jesús la admiró unos segundos antes de deslizar sus manos sobre sus pechos, acariciándolos con devoción. Luego, con movimientos pausados, se despojó de su ropa hasta quedar completamente desnudo. Su cuerpo atlético resaltaba bajo la luz tenue de la sala.

Sara lo atrajo hacia ella, inclinándose hasta que sus labios se encontraron en un beso profundo y cargado de deseo. Se dejó caer en la alfombra, invitando a Jesús a seguirla. Él no dudó y se colocó sobre ella, besando su cuello, bajando lentamente por su torso hasta alcanzar sus pechos. Su lengua jugueteó con sus pezones endurecidos antes de descender aún más.

María y Luis seguían la escena sin apartar la vista. María cruzó las piernas, sintiendo su propia excitación al ver cómo Jesús se acomodaba entre las piernas de Sara y comenzaba a devorarla con su boca.

Sara arqueó la espalda, gimiendo sin reparos. Sus manos se aferraron a los hombros de su esposo mientras su lengua exploraba cada pliegue de su intimidad, aumentando la intensidad de su placer. Sus caderas comenzaron a moverse al ritmo de sus caricias, buscando más contacto, más profundidad.

Jesús no se detuvo, su lengua y sus dedos trabajaban al unísono hasta que Sara, en un gemido ahogado, se dejó llevar por un orgasmo profundo. Pero él no se apartó. Al contrario, la giró con suavidad, posicionándola sobre él.

—Tu turno… —murmuró con una sonrisa.

Sara, con la respiración aún entrecortada, descendió hasta su entrepierna, atrapando su erección entre sus labios. Sus movimientos eran expertos, precisos, haciendo que Jesús soltara un gruñido de placer. Sus dedos se hundieron en el cabello de su esposa mientras ella lo tomaba completamente en su boca, moviéndose con ritmo pausado pero constante.

La escena era hipnótica. María sintió que su piel se erizaba, su deseo aumentando con cada segundo que pasaba. Luis, a su lado, respiraba pesadamente, claramente afectado por lo que veían.

Sara aumentó la intensidad de sus movimientos, su boca trabajando con precisión, mientras Jesús gemía con fuerza. Sus cuerpos encajaban perfectamente, como si hubieran estado esperando este momento desde siempre.

La excitación en la habitación era palpable, y María sabía que esta noche apenas estaba comenzando.

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