Mi nombre es Karla, y este verano con mi novio, Jon, vivimos una experiencia que marcó un antes y un después en nuestra relación. Como cada agosto, planeamos unas vacaciones lejos del bullicio, y este año el destino elegido fue Menorca, una isla que prometía tranquilidad, playas paradisíacas y paisajes que parecen sacados de un sueño.

Tengo 29 años, una altura de 1,75 m y una figura que siempre ha llamado la atención, con curvas y buenos pechos, aunque nunca me he sentido del todo cómoda mostrándola. Jon, por otro lado, es algo más alto, de 1,85 m, con una presencia que no pasa desapercibida, y ese aire confiado que tanto me atrae.

Después de aterrizar temprano en la isla, dejamos las maletas en el hotel, nos pusimos los bañadores y partimos rumbo a nuestra primera aventura: la playa del Pilar. Esta playa es conocida por su acceso complicado, que incluye una caminata de 30 minutos, pero también por su belleza inigualable. Una vez allí, entendimos por qué tanto esfuerzo vale la pena. La arena rojiza y el agua cristalina parecían sacados de una postal, y apenas había unas pocas personas desperdigadas.

Extendimos nuestras toallas, y siguiendo la costumbre de los viajes, me quité el top del bikini. Aunque el topless no es algo que practique habitualmente, en estos lugares me siento más libre. Jon, por su parte, no perdió detalle de mi figura, aunque disimuló rápidamente al notar que lo observaba.

Al poco tiempo, vimos que varios bañistas se dirigían hacia un manantial al final de la playa, donde se cubrían de barro rojo. Jon sugirió que lo probáramos, y aunque al principio dudé, accedí por curiosidad. Fue entonces cuando propuso algo que me dejó boquiabierta:
—Para no ensuciar la ropa, podríamos quitárnosla.

Sabía que Jon no era del tipo de persona que se desnudaba en público, así que reí pensando que no iba en serio. Pero entonces, con una sonrisa desafiante, se quitó el bañador de un solo movimiento y se encaminó al manantial, dejando tras de sí las miradas de más de un curioso.

Decidí acompañarlo para no dejarlo solo en el centro de atención y me desnudé en un instante.

Al llegar al manantial, Jon cogió un puñado de barro y comenzó a extenderlo por mi piel con movimientos lentos y meticulosos. Sus manos se detuvieron en mis hombros, mi espalda, y luego descendieron con esa mezcla de delicadeza y atrevimiento que me hacía sentir un cosquilleo en todo el cuerpo. Aunque estábamos rodeados de gente, era como si solo existiéramos él y yo. Se recreaba en mis pechos para cubrirlo todo con esmero, mi culo fue tratado de igual manera y finalizó con mi vulva, donde pensaba que iba a ser difícil que se secara el barro…

Cuando terminamos de cubrirnos, nos apartamos para dejar que se secara. Nos alejamos un poco, pero no lo suficiente para escapar de las miradas de un grupo cercano: un chico atlético y dos chicas que parecían disfrutar del espectáculo. Me sentía al mismo tiempo avergonzada y extrañamente empoderada al ser el centro de atención. Con una semidesnudez que me permitía exhibirme.

Pasados unos minutos, decidimos meternos al agua para limpiarnos. Jon se fijó que efectivamente mi cuca estaba mojada, con esa picardía que tanto me desconcierta, tomó mis pechos y empezó a quitarles el barro bikini argumentando que, dada la humedad, seguro que no importaría dar otro pasito y para ello debía hacer lo que él quisiera. Salió del agua y se dirigió directamente a nuestra toalla, donde sacó una cámara de fotos.

—¿Qué haces? —le pregunté con incredulidad.
—Inmortalizando este momento. Anda, ven aquí.

No podía creerlo. Me estaba pidiendo que saliera completamente desnuda del agua frente a todos. Dudé unos segundos, pero al final reuní el valor. Salí del agua con la cabeza en alto, sintiendo cómo cada paso atraía las miradas de los demás. La sensación de vulnerabilidad era intensa, pero también había algo liberador en ella.

Cuando llegué a nuestra toalla, Jon me dio un beso y me hizo un hueco en la toalla. Comenzamos a besarnos con muchos arrumacos y sabiendo que estaban frente a nosotros unos improvisados mirones se lo susurré, a lo que me contestó que si quería pararía, pero no, no quería parar y seguimos tocándonos, cada vez más excitados.

La historia dio un giro cuando Jon me pidió que siguiera yo sola, poniéndose a mi lado y dejándome a plena vista de nuestros amigos, los cuales ya sin disimulo me miraban mientras entre ellas se cruzaban miradas de morbo. Y llegué a mi punto de no retorno, mi masturbación empezó a ser más intensa, más profunda, pellizcaba mis pezones y comenzaba a gemir, a la vez que Jon no paraba de hacerme fotos lo que implicaba que mi calentura se elevase hasta el punto de correrme con un fuerte chorro como nunca lo había hecho.

Un minuto para recuperarme con los ojos cerrados e intentado saborear el momento sabiendo lo expuesta que me había mostrado me hacía que siguiese excitada. Poco a poco me incorporé con una sorpresa inesperada, nuestros amigos mirones habían pasado a la acción y Jon estaba con una empalmada increible.

Decidí que ahora era yo la que iba a mirar y a hacer fotos de Jon y su masturbación mientras veía como el chico atlético se follaba a una de sus amigas mientras la segunda disfrutaba de una buena comida de coñito. Lo que hizo que mi chico se corriese a borbotones sobre la arena.

Cuando nos recuperamos todos no nos cruzamos palabra, pero nos sonreímos y eso fue suficiente para cerrar ese momento de complicidad.

Jon no quería que ahí acabase todo y me lanzó mi vestido ibicenco ligero y algo transparente. Aunque me cubría lo suficiente para sentirme más cómoda, no era exactamente discreto. Acepté su propuesta de regresar al hotel, pero mientras recogíamos nuestras cosas y pasábamos junto al grupo que nos había estado observando, sentí una pequeña travesura brotar en mí.

Al ajustar la mochila, mi vestido se levantó accidentalmente, dejando al descubierto más de lo que planeaba. Miré al chico atlético directamente a los ojos y le sonreí antes de bajarlo con calma.

Ese día descubrí algo nuevo sobre mí misma: una chispa de atrevimiento que no sabía que tenía. Y aunque fue Jon quien planeó todo, al final, ambos terminamos disfrutando de una experiencia que nunca olvidaremos.

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